Nota: Dirección: Paco Cabezas
Guión: Paco Cabezas
Reparto: Mario Casas, Vicente Romero, Macarena Gómez, Dario Grandinetti, Dámaso Conde, Ángela Molina, Blanca Suárez, Luciano Cáceres, Antonio de la Torre, Juan Carlos Vellido
Fotografía: Daniel Aranyó
Montaje: Antonio Frutos
Música: Óscar Araujo, Julio de la Rosa
Arte: Maria Eugenia Sueiro
Productores: Juan Gordón
Productores ejecutivos: Pilar Benito
Productora: Morena Films, Jaleo Films, Hepp Film, Mandarin Films, Film i Väst, Oberón Cinematográfica
Distribución: Vértice 360
Frase titular obvia y trillada a estas alturas, pero es lo que mejor se me ocurre para describir el estilo, temas y tono de este segundo largometraje de Paco Cabezas como director tras Aparecidos (bastante recomendable también), y en el que retoma una historia que ya contó en el corto homónimo de 2005. Y es que al igual que en las películas de Guy Ritchie, aunque tenemos un personaje central, lo cierto es que hay cantidad de secundarios de bastante relevancia, girando todos en torno a una trama centrada en el mundo de la delincuencia, en este caso la prostitución, pero que en el fondo habla de la huida de la soledad y de la necesidad de amor de la mayoría de los personajes.
Se trata de una de esas películas que te anticipa el clímax para a partir de ahí descubrir qué ha llevado al protagonista a esa situación. Ricky (Mario Casas) es un tipo que se dedica a chulear a putillas de medio pelo junto a su amigo Angelito, una mezcla entre mentor, colega y socio. Queda poco tiempo para que la madre de Ricky, que lo abandonó muchos años atrás, salga de la cárcel, y él quiere recuperar esa relación construyendo el sueño de aquella, un puticlub llamado Hiroshima. Como es de esperar, crear el puticlub supondrá un problema mayor del previsto, sobre todo, porque eso implica jugar en una liga en la que manda el Chino (Darío Grandinetti).
A partir de ahí tenemos un cruce de tramas e historias a cada cual más disparatada, pero todas con su correspondiente dosis de humanidad que hace que nos encariñemos de casi todos los personajes, aunque éstos se puteen mútuamente. Lo estúpido de los acontecimientos se debe, en gran medida, a la propia incapacidad de los personajes de salir del atolladero en el que viven sin pisar a los demás (o tienes cariño o tienes “éxito”, las dos cosas, no). Éste cruce de tramas es uno de los puntos fuertes de la película, pero a su vez uno de sus problemas, ya que obliga a un cambio de punto de vista radical en más de una ocasión, y no siempre para contar algo sustancial (el que la hija del poli sea una lianta calientapollas, y perdón por la expresión, es meramente anecdótico, por ejemplo). Así, aunque la película no llega a las dos horas, da la sensación al final de que la cosa se ha alargado un pelín para lo que realmente había que contar.
Pero lo que de verdad define la película, más allá del estilo visual, es el conjunto de personajes que componen la historia. Hasta el secundario más prescindible tiene una historia suficientemente bien elaborada para que lo que les pase nos preocupe, y en algunos casos, nos emocione. Quizás a mí, porque una de las historias me resultaba especialmente cercana y actual, me llegasé más de lo normal, porque lo cierto es que aunque la película imprime unos correctos momentos dramáticos a lo largo del metraje, el conjunto se define esencialmente por un tono cómico. Lo bueno es que esa pequeña carga dramática, ese interés y cariño por los personajes, hace que la película gane enteros, ya no sólo por la construcción de los mismos a nivel de guión, sino por un trabajo actoral, que por lo general es estupendo, destacando especialmente a Vicente Romero, Ángela Molina y Dámaso Conde, que clavan sus personajes.
A Paco Cabezas se le podrá achacar ser muy deudor de un estilo visual, tanto a nivel de puesta en escena como de montaje, muy concreto, pero al menos sabe imprimir su propia personalidad a esos elementos prestados y a sus personajes. Así podemos encontrar a un travesti como La Infanta (Dámaso Cónde), que lejos de ser el típico personaje cargante que encontramos en cantidad de títulos, consigue que empaticemos directamente con él cuando su historia gira a esa necesidad de cariño de la que hablaba al comienzo. Tampoco la madre de Ricky, Pura (Ángela Molina) es la típica madre ni el tratamiento que se da a su enfermedad cae en lugares comunes y el drama fácil.
También hay que hablar del público potencial de la película. Verla en el preestreno con cantidad de jovenes, y sobre todo, jovencitas, me sirvió para darme cuenta de hasta qué punto la peli puede funcionar. Por un lado está Mario Casas, reclamo total de la película, y ahora mismo, quizás, el actor más taquillero de nuestra cinematografía (es el prota de la peli española más taquillera de 2010, 3MSC, y de dos de las principales de 2009, Fuga de Cerebros y Mentiras y Gordas), que siendo limitadito para mi gusto, cumple y se amolda perfectamente al personaje de esta peli, y por otro un lenguaje rápido, un humor cercano, muy visual a veces y verbal otras, que conecta perfectamente con la gente entre 15 y 25 años. La película, como producto, creo que funciona a la perfección.
Yo me esperaba quizás algo más divertido por lo que había oido previamente, veo algunos problemas como el hecho de que, pese al ritmo, se haga algo larga (tampoco mucho), pero también encontré personajes entrañables y una historia que, estando muy bien concebida como fórmula de reclamo juvenil, también funciona bien a nivel dramático y respeta a sus personajes hasta el punto de dar una conclusión más que digna al título. Eso es algo que no se puede decir de otras pelis para un target similar.